PRÁCTICAS DEL LENGUAJE
Hoy: el
mito de “Teseo, héroe entre los héroes”, además de leer, pensamos juntos qué
son los textos narrativos y a qué nos referimos cuando hablamos de “núcleos
narrativos"…
·
Los núcleos
narrativos son las acciones que van llevando a
cabo los personajes y que se relacionan unas con otras llevando la
historia hasta el final.
Los
núcleos narrativos se van relacionando entre sí para que la historia avance.
Teseo, héroe entre los héroes
Egeo, rey
de Atenas, supo por boca del oráculo que no debía casarse lejos de su tierra...
La unión del rey con una extranjera, afirmó el oráculo, traería grandes desgracias
a Atenas y al pueblo ateniense. Sin embargo, el joven rey se enamoró de Etra,
la hija menor del rey de Trecén y se unió a ella sin pensar en las amenazantes
predicciones. Un día, cuando ya estaba a punto de nacer el hijo de Egeo y Etra,
Egeo supo que debía regresar a Atenas. Llevó a su esposa a las afueras de Trecén,
se detuvo junto a una inmensa roca y así habló: —Esposa mía, bajo esta roca ocultaré
mis sandalias y mi espada. Si el niño que está por nacer es varón, tráelo a
este lugar cuan-do sea un joven y ordénale que las desentierre. Cuando lo vea
vis-tiendo mis prendas, sabré que es mi hijo y lo haré heredero de mi reino,
Atenas, al que debo regresar ahora. Poco tiempo después nació Teseo; se crió en
el palacio de su abuelo sin conocer a su padre y, desde muy pequeño, recibió la
especial protección de Poseidón, dios del mundo de los mares. Teseo se destacó
como un niño fuerte y valiente. Su abuelo, el rey de Trecén, le enseñó a
conocer las estrellas, a lanzar la jabalina y a empuñar la espada Un día,
cuando Teseo tenía siete años, Hércules llegó de visita al palacio; al entrar,
dejó sobre uno de los bancos del jardín la piel del león de Nemea con la que
siempre se cubría desde que había derrotado al temible león. Los niños vieron
la figura de la bestia recostada sobre el banco y huyeron des-pavoridos
gritando: “¡Un león, un león!“ Teseo, sin embargo, corrió hacia la cocina, tomó
de allí un cuchillo y volvió con él al jardín dispuesto a vencer a la fiera. Hércules
quedó admirado de la valentía del niño y aseguró que el nombre de Teseo se
recordaría por siempre entre los nombres de los héroes. Cuando Teseo cumplió
dieciséis años, Etra, su madre, lo llevó hacia las afueras de Trecén y
mostrándole la inmensa roca le dijo: —Hijo mío, debajo de esa roca encontrarás
las sandalias y la espada de tu padre que no es otro que Egeo, el rey de Atenas.
Recupera esas prendas y preséntate ante Egeo que reconocerá en ti a su hijo.
Con un
enorme esfuerzo Teseo corrió la roca. Allí estaban las sandalias y la espada de
su padre. Se las calzó, dio un fuerte abrazo a su madre y, sin dejarse ganar
por la tristeza de la separación, emprendió la marcha. Teseo se dirigió a
Atenas por el camino de tierra, plagado de peligros; deseaba demostrar su
valentía e imitar a Hércules, a quien mucho admiraba. No le faltaron ocasiones.
El primero en probar el filo de su espada fue Escirón, un poderoso salteador de
caminos. Lo siguió el gigante Sinis, a quien llamaban el “doblador de pi-nos”
pues solía aplastar a sus enemigos entre dos inmensos pinos a los que unía entre
sí con el solo movimiento de uno de sus brazos. Sin duda, Poseidón, protector
de Teseo, lo custodió a lo largo del camino.
En el palacio se celebraba un gran banquete el
día en que llegó Teseo. Su padre, el rey Egeo, ocupaba el lugar principal. El
joven no había revelado a nadie su nombre; al llegar ante la mesa desenvainó su
espada. Tuvo que apartar de sí a quienes querían echarlo fuera antes de lograr
cortar con la punta del arma una pata del cordero que Egeo tenía ante sus ojos,
en una fuente de plata. El rey reconoció la espada, miró los pies del
desconocido y supo que el apuesto joven era su propio hijo. Levantándose lo abrazó
una y otra vez, y lo proclamó su heredero. Desde entonces, Teseo luchó para
fortalecer en Atenas la autoridad de su padre. Atenas padecía por entonces una
gran penuria anunciada ya por el oráculo. Minos, el rey de Creta, había vencido
a los atenienses en una guerra y les había impuesto un terrible castigo. Cada
año, los atenienses debían enviar a siete jóvenes y siete doncellas para que
fueran devorados en Creta por el Minotauro. El Minotauro era un ser monstruoso,
con cuerpo de hombre y cabeza de to-ro; emitía por su boca extraños ruidos no
articulados, mezcla de bufido y ronquido, en los que se adivinaba un soplo
humano de tristeza. Se alimentaba con carne humana. Vivía encerrado en el
Laberinto, complicada construcción en la que era fácil entrar pero imposible
salir. Cuando Teseo supo de la desgracia que hería al pueblo de su padre, decidió
viajar él mismo a Creta para luchar contra el Minotauro y librar del mal a Atenas.
—Teseo, hijo bien amado –dijo Egeo– que los dioses te protejan. La nave que te
conduce lleva velas negras. Cuando regreses vencedor del Minotauro, cámbialas
por velas blancas. De ese modo, a la distancia, conoceré la noticia de tu victoria.
Teseo prometió a su padre que cambiaría las velas como señal de su triunfo y
zarpó, junto a los otros jóvenes, rumbo a Creta. El rey Minos recibió a los
atenienses ataviado con bellas ropas blancas; deseaba conocer al joven Teseo,
de cuya valentía había oído hablar. Para impresionarlo, le dijo de manera
burlona mientras arrojaba al agua su anillo: —Me han dicho, Teseo, que el dios
Poseidón te favorece. Si es cierto, dile que te ayude a recuperar este anillo. Teseo
le respondió: —Demuestra tú primero que el mismo Zeus, padre de todos los
dioses, te tiene bajo su protección. Zeus, que verdaderamente era protector de Minos,
no se hizo esperar: arrojó desde los cielos rayos y truenos que iluminaron el
mar y levantaron en él olas gigantescas que sacudieron sin cesar la nave
ateniense. Teseo se arrojó entonces al mar. Allí, Poseidón lo recibió con
alegría. Estaba sentado en un carro de oro tirado por bellas sirenas. Bastó una
señal suya para que un veloz pez plateado recuperara el anillo. Segundos
después, Teseo emergió de las aguas con el anillo en una de sus manos y
frágiles estrellas de mar escabulléndose entre los dedos de la otra.
Teseo y
sus compañeros debieron aguardar al día siguiente para combatir con el
Minotauro. Durante la noche, la joven Ariadna, hija del rey de Creta, apareció
entre los árboles. La belleza de Teseo, saliendo deslumbrante del mar aquella
mañana, había despertado un amor incontenible en su corazón. —Valiente Teseo
–le dijo– podrás vencer, sin duda, al poderoso Minotauro con tu espada y tu
valentía. Pero no saldrás jamás del Laberinto. Te entrego es-te ovillo; es un
ovillo mágico. Ata la punta del hilo a la puerta del laberinto y conserva el
ovillo en tu mano. El hilo se irá desenrollando cuando camines por los
corredores del Laberinto y, cuando desees volver, te bastará seguir el hilo para
hallar la salida. A la hora señalada, Teseo entró en el Laberinto. En una mano
llevaba la es-pada de su padre y en la otra el ovillo de Ariadna. Desde lejos
escuchó los mugidos del Minotauro pero sólo se enfrentó con él después de
llegar al centro mismo del Laberinto. El combate duró largas horas. La bestia
arremetía contra el joven clavándole sus cuernos y empujándole con fuerza
sobrehumana. Teseo resistió sus embates. Cuando logró separarse del monstruo,
tomó fuerzas, se lanzó sobre su adversario con la espada en alto y le atravesó
el corazón. El Minotauro cayó muerto. Teseo siguió el hilo de Ariadna para
hallar el camino de regreso. Ariadna y los jóvenes y las doncellas atenienses
que se habían librado de una terrible muerte abrazaron a Teseo en la puerta del
Laberinto. Sigilosamente, subieron a bordo de su nave y esa misma noche huyeron
hacia Atenas. Ariadna viajaba junto al joven héroe.
Al llegar
a la isla de Naxos, sin embargo, algo interrumpió su dicha. Dionisio, uno de
los dioses del Olimpo, vio a la princesa y deseó inmediatamente casarse con
ella. La joven se despidió llorando de Teseo. El dios Dionisio bajó a la isla
con un carro maravilloso tirado por fantásticas panteras aladas y en él se llevó
a Ariadna hacia el Olimpo para convertirla en su esposa.
Los
atenienses siguieron viaje sin dejar de festejar la victoria sobre el Minotauro.
La alegría hizo que Teseo olvidara la promesa que había hecho a su padre: la
nave avanzaba hacia Atenas con sus negras velas desplegadas al viento. Desde lo
alto de la ciudad, Egeo la divisó. Su corazón se estremeció de dolor al pensar
que su amado hijo había muerto en Creta. Sin poder soportar la pena, Egeo se
arrojó al mar, a ese mar que baña las costas de Grecia y que, desde entonces,
lleva su nombre.
Cuando Teseo desembarcó, supo la noticia de la
muerte de su padre. En me-dio de esta nueva tristeza, el joven héroe fue
proclamado rey de Atenas.
Teseo fue
un buen rey pero su reinado estuvo plagado de luchas y tragedias, como lo había
estado su nacimiento, marcado a la vez con el signo de la gloria y con la sombra
de la desgracia.
EN EL ARCHIVO SIGUIENTE, SE ENVÍAN LAS ACTIVIDADES SOBRE ESTE MITO.
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