viernes, 18 de septiembre de 2020

TRABAJO N°4. FECHA DE ENTREGA: 25 DE SEPTIEMBRE


SEGUNDO PERÍODO: 1950-2000: Los que vinieron por tierra


HOLA CHIC@S: ¿CÓMO ESTÁN? A CONTINUACION VAMOS A HACER UNA ACTIVIDAD PARA CERRAR LA INMIGRACIÓN POR TIERRA (INMIGRACIÓN LIMÍTROFE). PARA ELLO REALIZAREMOS LA LECTURA DE UN TESTIMONIO DEL LIBRO  “Inmigradas: mujeres que cruzaron fronteras” de Esteban Widnicky. 1a edición especial - Ciudad Autónoma de Buenos Aires, 2017, página 26 

Recuerden que la semana que viene tenemos el meet de ciencias sociales para desarrollar este tema y para compartir las dudas que han ido surgiendo. Para lo cual necesitan llegar a dicha reunión con el material leído, en principio.


Vivir el barrio

Rosa 

El derecho a la participación comunitaria


Los días de calor Rosa se sienta en la vereda, o en ese continuo que es vereda y acera, de cara al portón siempre abierto del Refugio Mujeres Unidas en Acción, sobre una de las calles internas del Barrio Fátima, en la ciudad de Buenos Aires. Con Princesa echada a sus pies y algún otro perro siempre atento al llamado de su voz, Rosa responde al saludo de la gente que pasa. El saludo es convención en el barrio. Alguien se detiene a prolongar la charla. Está quien se acerca con una necesidad o con alguna novedad acerca de lo que acontece manzanas adentro. Ella, entonces, acciona, decide, contacta. Lo hace en su condición de presidenta del barrio, cargo para el que fue elegida por voto popular en el año 2014.


 Rosa tiene su propia percepción del barrio en su singularidad y su diferencia, y la ofrece como una radiografía. El barrio, su barrio, la villa, es el escenario donde conviven en contrapunto el resguardo de lo familiar y cercano y la amenaza de la violencia y el desamparo. Al mismo tiempo que sabe “quien vive acá y lo que necesita, en cinco segundos se arman todos los despelotes y hasta podes dejar la vida.” En los otros barrios, los de los departamentos, las personas no se conocen, “entran y cierran la puerta”. Al fin de cuentas, todo es una cuestión de mirada




Ella casi nunca está sola. En el Refugio o en su casa, se trate de una búsqueda de urgencia o de una charla 28 29 al paso en el trajín cotidiano, las personas van y vienen. Y la palabra circula y las lenguas se entremezclan. Y en el discurrir de los relatos, sobreviene una frase en guaraní y una respuesta en español, o al revés. Las conversaciones fluyen en un contrapunto de cadencias y códigos compartidos. A pesar de tan expresiva oralidad, Rosa dice no saber “guaraní, guaraní”, el que se aprende en la escuela. Es que Rosa dejó inconclusa la escuela primaria en el andar constante de su familia entre Paraguay y Argentina mientras fue pequeña. Ni el himno paraguayo pudo terminar de aprender por aquel entonces. “Siempre fuimos tipo gitanos, íbamos y veníamos”. 


Como sucede con muchas  personas que migran, a Rosa le fue difícil dejar de sentir la extranjería, ser un poco de dos lugares, al tiempo, de no serlo de ninguno plenamente. “Yo no soy de Paraguay ni de acá. Acá soy paraguaya y allá soy curepa ” Término utilizado en Paraguay para referirse a las personas o cosas originarias de la Argentina.


Rosa inauguró la adolescencia trabajando “cama adentro”, sintiéndose presa, casi esclava. Era una indocumentada más en tiempos difíciles para regularizar la situación migratoria. Un fin de semana decidió que no volvería a la casa de sus empleadores. Un nuevo trabajo en un supermercado le devolvió la libertad y sobre todo la posibilidad de hablar con todo el mundo. Por aquel entonces tenía quince años y muchos pretendientes. Para la época, para sus padres, esa libertad y desenfado juvenil se volvió motivo de preocupación. Resolvieron, entonces, enviarla a la casa rural de la familia, en Paraguay. Lo que debió ser un modo de control, Rosa lo vivió como un desafío y lo capitalizó como aprendizaje. Redescubrió su tierra a través del trabajo mal pago y del quehacer doméstico sin tregua: cosechaba algodón y ajo, molía el maíz, sacaba el agua del pozo, inventaba comidas, ayudaba a su abuela. Y el castigo no fue tanto porque “ganaba mi plata y aprendí a valorarla” o tal vez no tuviera el efecto buscado porque “donde voy me encanta”.


La violencia se cuela en los recuerdos que Rosa conserva de esa época, por ejemplo, el del patrón al que enfrentó con su temperamento indoblegable y que no logró el propósito de llevársela con él. A Rosa no le eran ajenas esas maneras de tratar a las mujeres; las había vivido desde pequeña en su propia familia y, desde entonces, había ido cocinando rebeldía. 

Pasado un tiempo, Rosa regresó a Buenos Aires y se instaló en la villa, en lo que es hoy Barrio Fátima, muy diferente por entonces: todas casitas de cartón. La villa es el lugar donde se vive pero del que no se habla fronteras afuera, esas que el trabajo exige trasponer. Rosa demoró mucho en contar a sus dos empleadoras dónde vivía. Primero fue el temor de que no la emplearan, después fue la vergüenza. Llegó a inventarse un lugar residencia ficticia: los monoblocks. Rosa recuerda que cuando finalmente se animó a decirlo, una de ellas la ayudó a armar su propia casa. Podría decirse que la ayuda fue mutua, porque Rosa cuidó de sus hijos y de su hogar. Así se van enlazando los vínculos entre las mujeres.



Cuando la epidemia de cólera llegó al barrio, por los años noventa, la necesidad imperiosa de cuidados colectivos la llevó a trabajar codo a codo con los médicos del centro de salud. Recuerda las primeras reuniones entre mujeres que empezaban a organizarse en la Ca - pilla Nuestra Señora de Fátima, recién levantada. Vinieron luego los proyectos de prevención en salud sexual y reproductiva y la formación de promotoras comunitarias. El Plan Trabajar fue para algunas de estas mujeres un paso en su ingreso al trabajo formal dentro del Estado. Rosa, con su militante resistencia, eligió dar entidad al trabajo comunitario y barrial a través de la creación del grupo Mujeres Unidas en Acción. Haciendo honor al nombre, comenzaron a actuar contra la violencia de género, de casa en casa, hasta que tuvieron lugar propio, el Refugio que lleva ese nombre, y, por fin, la asociación civil.


El camino recorrido es reflejo de una necesidad y de una preocupación, la necesidad de atender a una problemática de la que apenas empezaba hablarse públicamente y la preocupación, más tangible, de ver, una tras otra, a mujeres que lloraban, y a quienes las propias hijas de Rosa, todavía pequeñas, abrazaban con ánimo de consolar. “El Refugio se abrió para oírles a todos: mujeres, pibes, homosexuales, a todos los que no eran escuchados en otro lado”.





Y la necesidad y la preocupación motivaron a Rosa y a las mujeres a nuevos aprendizajes. Y apelaron al Estado, a un Estado que “baja al territorio” propiciando espacios de reflexión, sensibilización y formación para asegurar una atinada intervención en temas tan sensibles.


El Refugio creció en la percepción de la gente, que fue apropiándolo en sus requerimientos cotidianos. De ser el lugar de encuentro inicial de mujeres preocupadas por temas que hacen al saber y al deber femenino -la protección en sus diversas expresiones- devino un espacio de referencia en cuanto concierne a la vida barrial. En algún momento, abrió un comedor que sigue dando respuesta al derecho más básico entre los básicos. El trajín en torno a la cocina es reflejo de los tiempos mejores y de los otros. Tal vez, un guiso que se cocina a fuego lento puede evocar cercanamente lo nutricio. Pero el deambular de niños que portan jarras de leche devela la cara más descarnada de la necesidad.


El barrio, pequeño si se lo compara con otras villas, “es el fruto de la organización de las organizaciones”,  el resultado de los proyectos y la gestión de las personas que allí viven. Y Rosa va enumerando cada lugar, el Polideportivo, la Casa Fátima, el Jardín Maternal, la Asociación Construyendo Sueños, y nombrando, a sabiendas que son muchas más las mujeres que codo a codo luchan con ella, a Nadia, Lorena, Rosmery, Zulma, la hermana María. Sentada en la mesa de su casa, esperando la chipa recién horneada que ha amasado su marido, y al tiempo que da una indicación a una de sus siete hijos mientras abraza a un nieto, Rosa sintetiza el hacer en ese pequeño universo que es su barrio, de un modo contundente: “se trata de trabajar con el corazón”.



Y a Rosa se la llevan los pensamientos y se debate en la duda sobre adoptar la nacionalidad argentina. Es condición que se le impone cuando piensa en aspirar a un cargo electivo, como comunera, como legisladora. “No hay ninguna villera en esos espacios”. Y ella bien sabe, como lo supo siempre, que todo hacer es político. En ese hacer, anda, camina, vive e imagina trascender el barrio.


👉La historia de Rosa que leyeron  es una voz que puede hablar de la experiencia de cientos de miles de mujeres inmigrantes. 
1) Respondan las siguientes preguntas: 

A) ¿Qué les llamó más la atención de su vida? 

B) ¿Cuándo y dónde nació? ¿Cómo era su vida en Paraguay? ¿Qué actividad tenía? ¿Cómo eran sus ingresos? ¿Cómo era el lugar donde vivía? 

C) ¿Por qué decidió irse de su país? ¿Quién tomó la decisión? ¿Qué sintió? 

D) ¿Por qué eligió venir a Buenos Aires?

E)  ¿Por qué Rosa dice “Yo no soy de Paraguay ni de acá. Acá soy paraguaya y allá soy curepa”? 

F)¿Cómo fueron sus primeros tiempos en Buenos Aires?¿De qué trabajaba en sus dos venidas a Buenos Aires? ¿Dónde vivía? 

G)¿De qué trabaja hoy?


RECUERDEN QUE DEBEN ENVIARME LOS TRABAJOS COMPLETOS A MI MAIL: 

marisolalvarezesc16de17@gmail.com
Fecha de entrega: Viernes 25 de septiembre






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