SEGUNDO PERÍODO: 1950-2000: Los que vinieron por tierra
HOLA CHIC@S: ¿CÓMO ESTÁN? A CONTINUACION VAMOS A HACER UNA ACTIVIDAD PARA CERRAR LA INMIGRACIÓN POR TIERRA (INMIGRACIÓN LIMÍTROFE). PARA ELLO REALIZAREMOS LA LECTURA DE UN TESTIMONIO DEL LIBRO “Inmigradas:
mujeres que cruzaron fronteras” de Esteban Widnicky. 1a edición especial - Ciudad
Autónoma de Buenos Aires, 2017, página 26
Recuerden que la semana que viene tenemos el meet de ciencias sociales para desarrollar este tema y para compartir las dudas que han ido surgiendo. Para lo cual necesitan llegar a dicha reunión con el material leído, en principio.
Vivir el barrio
Rosa
El derecho a la participación comunitaria
Los días de calor Rosa se sienta en la vereda, o en
ese continuo que es vereda y acera, de cara al portón siempre abierto del Refugio Mujeres Unidas
en Acción, sobre una de las calles internas del Barrio
Fátima, en la ciudad de Buenos Aires. Con Princesa
echada a sus pies y algún otro perro siempre atento
al llamado de su voz, Rosa responde al saludo de la
gente que pasa. El saludo es convención en el barrio.
Alguien se detiene a prolongar la charla. Está quien se
acerca con una necesidad o con alguna novedad acerca
de lo que acontece manzanas adentro. Ella, entonces,
acciona, decide, contacta. Lo hace en su condición de
presidenta del barrio, cargo para el que fue elegida por
voto popular en el año 2014.
Rosa tiene su propia percepción del barrio en su singularidad y su diferencia, y la ofrece como una radiografía. El barrio, su barrio, la villa, es el escenario donde
conviven en contrapunto el resguardo de lo familiar y
cercano y la amenaza de la violencia y el desamparo. Al
mismo tiempo que sabe “quien vive acá y lo que necesita, en cinco segundos se arman todos los despelotes
y hasta podes dejar la vida.” En los otros barrios, los
de los departamentos, las personas no se conocen, “entran y cierran la puerta”. Al fin de cuentas, todo es una
cuestión de mirada
Ella casi nunca está sola. En el Refugio o en su casa,
se trate de una búsqueda de urgencia o de una charla
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al paso en el trajín cotidiano, las personas van y vienen. Y la palabra circula y las lenguas se entremezclan.
Y en el discurrir de los relatos, sobreviene una frase
en guaraní y una respuesta en español, o al revés. Las
conversaciones fluyen en un contrapunto de cadencias
y códigos compartidos. A pesar de tan expresiva oralidad, Rosa dice no saber “guaraní, guaraní”, el que se
aprende en la escuela. Es que Rosa dejó inconclusa la
escuela primaria en el andar constante de su familia
entre Paraguay y Argentina mientras fue pequeña. Ni
el himno paraguayo pudo terminar de aprender por
aquel entonces. “Siempre fuimos tipo gitanos, íbamos
y veníamos”.
Como sucede con muchas personas que migran, a Rosa
le fue difícil dejar de sentir la extranjería, ser un poco
de dos lugares, al tiempo, de no serlo de ninguno plenamente. “Yo no soy de Paraguay ni de acá. Acá soy paraguaya y allá soy curepa ” Término utilizado en Paraguay para referirse a las personas o cosas originarias de la Argentina.
Rosa inauguró la adolescencia trabajando “cama adentro”, sintiéndose presa, casi esclava. Era una indocumentada más en tiempos difíciles para regularizar la
situación migratoria. Un fin de semana decidió que no
volvería a la casa de sus empleadores. Un nuevo trabajo
en un supermercado le devolvió la libertad y sobre todo
la posibilidad de hablar con todo el mundo. Por aquel
entonces tenía quince años y muchos pretendientes.
Para la época, para sus padres, esa libertad y desenfado
juvenil se volvió motivo de preocupación. Resolvieron,
entonces, enviarla a la casa rural de la familia, en Paraguay. Lo que debió ser un modo de control, Rosa lo
vivió como un desafío y lo capitalizó como aprendizaje.
Redescubrió su tierra a través del trabajo mal pago y
del quehacer doméstico sin tregua: cosechaba algodón y ajo, molía el maíz, sacaba el agua del pozo, inventaba
comidas, ayudaba a su abuela. Y el castigo no fue tanto
porque “ganaba mi plata y aprendí a valorarla” o tal
vez no tuviera el efecto buscado porque “donde voy me
encanta”.
La violencia se cuela en los recuerdos que Rosa conserva de esa época, por ejemplo, el del patrón al que
enfrentó con su temperamento indoblegable y que no
logró el propósito de llevársela con él. A Rosa no le
eran ajenas esas maneras de tratar a las mujeres; las
había vivido desde pequeña en su propia familia y, desde entonces, había ido cocinando rebeldía.
Pasado un tiempo, Rosa regresó a Buenos Aires y se instaló en la villa, en lo que es hoy Barrio Fátima, muy diferente por entonces: todas casitas de cartón. La villa es
el lugar donde se vive pero del que no se habla fronteras
afuera, esas que el trabajo exige trasponer. Rosa demoró mucho en contar a sus dos empleadoras dónde vivía.
Primero fue el temor de que no la emplearan, después
fue la vergüenza. Llegó a inventarse un lugar residencia ficticia: los monoblocks. Rosa recuerda que cuando
finalmente se animó a decirlo, una de ellas la ayudó a
armar su propia casa. Podría decirse que la ayuda fue
mutua, porque Rosa cuidó de sus hijos y de su hogar.
Así se van enlazando los vínculos entre las mujeres.
Cuando la epidemia de cólera llegó al barrio, por los
años noventa, la necesidad imperiosa de cuidados colectivos la llevó a trabajar codo a codo con los médicos
del centro de salud. Recuerda las primeras reuniones
entre mujeres que empezaban a organizarse en la Ca
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pilla Nuestra Señora de Fátima, recién levantada. Vinieron luego los proyectos de prevención en salud sexual y reproductiva y la formación de promotoras comunitarias. El Plan Trabajar fue para algunas de estas
mujeres un paso en su ingreso al trabajo formal dentro
del Estado. Rosa, con su militante resistencia, eligió dar entidad al trabajo comunitario y barrial a través de la
creación del grupo Mujeres Unidas en Acción. Haciendo honor al nombre, comenzaron a actuar contra la
violencia de género, de casa en casa, hasta que tuvieron lugar propio, el Refugio que lleva ese nombre, y, por
fin, la asociación civil.
El camino recorrido es reflejo de una necesidad y de
una preocupación, la necesidad de atender a una problemática de la que apenas empezaba hablarse públicamente y la preocupación, más tangible, de ver, una
tras otra, a mujeres que lloraban, y a quienes las propias hijas de Rosa, todavía pequeñas, abrazaban con
ánimo de consolar. “El Refugio se abrió para oírles a todos: mujeres, pibes, homosexuales, a todos los que no
eran escuchados en otro lado”.
Y la necesidad y la preocupación motivaron a Rosa y a
las mujeres a nuevos aprendizajes. Y apelaron al Estado,
a un Estado que “baja al territorio” propiciando espacios
de reflexión, sensibilización y formación para asegurar
una atinada intervención en temas tan sensibles.
El Refugio creció en la percepción de la gente, que fue
apropiándolo en sus requerimientos cotidianos. De ser
el lugar de encuentro inicial de mujeres preocupadas
por temas que hacen al saber y al deber femenino -la
protección en sus diversas expresiones- devino un espacio de referencia en cuanto concierne a la vida barrial. En algún momento, abrió un comedor que sigue
dando respuesta al derecho más básico entre los básicos. El trajín en torno a la cocina es reflejo de los
tiempos mejores y de los otros. Tal vez, un guiso que se
cocina a fuego lento puede evocar cercanamente lo nutricio. Pero el deambular de niños que portan jarras de
leche devela la cara más descarnada de la necesidad.
El barrio, pequeño si se lo compara con otras villas,
“es el fruto de la organización de las organizaciones”, el resultado de los proyectos y la gestión de las personas que allí viven. Y Rosa va enumerando cada lugar,
el Polideportivo, la Casa Fátima, el Jardín Maternal, la
Asociación Construyendo Sueños, y nombrando, a sabiendas que son muchas más las mujeres que codo a
codo luchan con ella, a Nadia, Lorena, Rosmery, Zulma,
la hermana María. Sentada en la mesa de su casa, esperando la chipa recién horneada que ha amasado su
marido, y al tiempo que da una indicación a una de sus
siete hijos mientras abraza a un nieto, Rosa sintetiza
el hacer en ese pequeño universo que es su barrio, de
un modo contundente: “se trata de trabajar con el corazón”.
Y a Rosa se la llevan los pensamientos y se debate en la
duda sobre adoptar la nacionalidad argentina. Es condición que se le impone cuando piensa en aspirar a un
cargo electivo, como comunera, como legisladora. “No
hay ninguna villera en esos espacios”. Y ella bien sabe,
como lo supo siempre, que todo hacer es político. En
ese hacer, anda, camina, vive e imagina trascender el
barrio.
👉La historia de Rosa que leyeron es una voz que puede hablar de la experiencia de
cientos de miles de mujeres inmigrantes.
1) Respondan las
siguientes preguntas:
A) ¿Qué les llamó más la atención de
su vida?
B) ¿Cuándo y dónde nació? ¿Cómo era su vida en
Paraguay? ¿Qué actividad tenía? ¿Cómo eran sus ingresos?
¿Cómo era el lugar donde vivía?
C) ¿Por qué decidió irse de su país? ¿Quién tomó la decisión? ¿Qué sintió?
D) ¿Por qué eligió venir a Buenos Aires?
E) ¿Por qué
Rosa dice “Yo no soy de Paraguay ni de acá. Acá soy paraguaya y allá soy curepa”?
F)¿Cómo
fueron sus primeros tiempos en Buenos Aires?¿De qué trabajaba en sus dos venidas a
Buenos Aires? ¿Dónde vivía?
G)¿De qué trabaja hoy?
RECUERDEN QUE DEBEN ENVIARME LOS TRABAJOS COMPLETOS A MI MAIL:
marisolalvarezesc16de17@gmail.com
Fecha de entrega: Viernes 25 de septiembre
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